Gustavo Gorriti: “Después de la pandemia emergió un grupo poderoso, en términos económicos, dedicado a la desinformación”
El mejor y el peor de los tiempos (Planeta/2024) es el nombre del nuevo libro de Gustavo Gorriti. Es una frase tomada de Historia de dos ciudades, la novela de Charles Dickens que relata el escenario de cambios profundos que trajo la Revolución Francesa. El periodismo ha sufrido una transformación similar en los últimos años y el libro del periodista reflexiona sobre esto, a través de pequeños ensayos y artículos. Al empezar esta charla hablamos del humor negro que salpica sus textos, en el que se permite bromear sobre la probable extinción de los medios, como si fuéramos inocentes pájaros dodos. Y a ello sigue un largo relato de la historia del oficio. “Hacia los setenta u ochenta del siglo pasado los periódicos tuvieron gran peso, eran factor de referencia para el conocimiento. Y luego con eso también tuvimos un crecimiento notable del periodismo de investigación”, dice.
El despunte de lo digital trajo la necesidad de reducir costos. Fue un tiempo triste. “La crónica de la defunción de algunos medios”. Los 90, con la caída de la Unión Soviética, le dieron una oportunidad inesperada a los reporteros. “Hubo la necesidad de llegar a ese tipo de público. Empezaron a surgir redacciones, sobre todo digitales, aunque con escasa capacidad de sobrevivencia”. El nuevo siglo trajo una novedad. La unión de esfuerzos periodísticos en consorcios investigativos internacionales, como el ICIJ, que tuvieron grandes resultados pero que dependían de subsidios. A eso se sumó otro problema: el ataque a la prensa, por grupos que Gorriti llama “fuerzas de desinformación organizada”. Y es allí donde estamos hoy. En la actualidad, los reporteros hacen trabajo doble. Investigan y, en paralelo, defienden lo que investigan de los desinformadores. La tecnología propaga con más rapidez mentiras redactadas en segundos, que verdades que toma meses destapar. Es un momento complejo. El mejor y el peor de todos los tiempos.
¿La tecnología puede agravar la crisis que vive el periodismo? ¿Eres optimista sobre lo que vendrá?
Ni optimista ni pesimista, trato de entender la realidad conforme se me presenta, trato de ver las cosas en las que se puede avanzar. Específicamente en lo que se refiere a la lucha del periodismo de investigación contra la desinformación, creo que estamos en un momento en el que las cosas no están del todo claras. Va a depender mucho de la capacidad, del talento de los periodistas de investigación y de la movilización de las fuerzas democráticas para ver hasta dónde se llega. Obviamente, si las fuerzas fascistas, que han crecido en forma tan agresiva, llegan a imperar en varias naciones, entonces las cosas van a retroceder muchísimo.
A pesar de la crisis, los medios teníamos algunos símbolos que nos daban optimismo. En La India, por ejemplo, hasta 2019 el número de lectores de diarios de papel fue en aumento. Eso terminó con el Covid. ¿Cuánto golpeó al periodismo la pandemia?
La peste es una cosa de las menos estudiadas y comprendidas. En el Perú, el efecto traumático que ha tenido ha sido devastador. Ninguna nación tuvo un porcentaje de muertos en comparación a la población tan alto como el Perú. Sin la peste no hubiéramos tenido nunca el resultado de la elección entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori. Y también tuvo un efecto sobre el periodismo. El escenario que emergió después de la pandemia es el de un grupo poderoso, en términos económicos, dedicado a la desinformación. Ahora, en medio de la angustia que deriva de una sociedad gobernada por gente que en un buen porcentaje son delincuentes de poca monta, la respuesta ciudadana ha venido de sitios de donde no se hubiera esperado. Y dentro de esa población habrá la necesidad creciente de tener información que valga la pena, que refleje la realidad. ¿Va a poder el periodismo honesto, dedicado a su misión, cumplir con eso? Pues no lo sé. Que algunos de nosotros haremos todos los esfuerzos posibles porque así sea, por supuesto que sí.
Mencionaste hace un momento la elección entre Castillo y Fujimori, que da cuenta de la polarización en la que vivimos…
Una polarización sucia, además, porque están los peores exponentes de ambos polos.
¿Y cuánto afecta este fenómeno a la cobertura de los hechos? Porque parece que las coberturas neutrales o equilibradas ya no son necesarias, ahora los medios deben estar identificados con una tribu, gritar de un lado u otro para garantizar que alguien los siga.
Ser elementos de agitación y propaganda
¿En eso estamos?
Hay algo de eso. Pero también, y vuelvo al siglo pasado, en la lucha contra el fascismo hubo un periodismo que llegó a ser brillante, que tuvo las mejores plumas. El mejor periodismo fue aquel que informó con claridad, con visión, etcétera. Y hoy el periodismo honesto va a tener que luchar con orgullo por defender sus principios y hacer que su cobertura refleje la verdad de los hechos. Incluso, si esos hechos pueden ser ocasionalmente muy incómodos.
Uno de los artículos de tu libro responde a una pregunta que se hacen miles de televidentes: ¿Por qué los primeros minutos de los noticieros de TV empiezan con una narración morbosa de crímenes y hechos policiacos? Y la respuesta es porque ese esquema da rating. Y si no hay rating no hay publicidad. ¿Eso puede cambiar?
No sé si no va a cambiar. Pero es una fórmula que conduce a la anemización y la anorexia del periodismo y que ha llevado a una pérdida constante de sintonía, de rating. Buena parte de las publicaciones más escandalosas tienen ahora un nivel de rating que antes habría provocado una depresión entre quienes leían El Peruano. Casi todas tiene un rating de un solo punto, incluso en las horas punta.
Es un escenario para el cambio entonces.
Yo creo que se puede cambiar totalmente, porque es un esquema corrupto en todos los sentidos, en el sentido ético, emocional, intelectual. Es decir, pasa por la idea de idiotizar a la gente con la desinformación. Y ante la situación que hay, cada vez más va a salir la indignación de la gente, por tener una prensa que contribuye a la descomposición de la sociedad. Tú ves la indignación de la gente contra la prensa.
Nos quieren menos.
No. Yo no puedo utilizar la primera persona del plural en eso. No creo que haya ninguna cosa en común entre quienes hacemos nuestro mejor esfuerzo por darle a la gente la verdad de los hechos y los mercenarios que se alquilan para desinformar y deshacer reputaciones.
Vladimiro Montesinos fue uno de los personajes a los que Gorriti investigó con más dedicación en los 90. Fotografía: AFP
El periodismo de periodistas es casi una mala palabra entre los reporteros. Pero tú dices que pensar así es una tontería, que la historia de cómo se hizo un reportaje es tan valiosa como la revelación que trae.
Por supuesto que sí.
¿Por qué?
Al final, nosotros contamos historias. La calidad de lo que hacemos se mide por cuan interesantes son esas historias. La única diferencia que hay, con aquellos dedicados a los relatos de ficción, es que los nuestros deben ser relatos apasionantes, absorbentes, y tienen que ser verdaderos hasta en el cruce de las tes y los puntos sobre las íes.
Y en eso estás últimamente, ¿no? Algunos de tus libros, como La calavera en negro, sobre el caso Lamberg, son en verdad el relato de tu investigación.
Por supuesto. Yo considero que eso es apasionante. Tú partes de saber muy poco o no saber nada a tener una gran familiaridad con el caso. ¿Y cómo se hace? No es un milagro, pero sí es una cosa que requiere concentración, inteligencia, estudio, una observación sumamente detenida. Y enfrentas problemas de diverso tipo. Para mí eso es tan interesante como la consecuencia misma del relato.
Tienes palabras generosas para Enrique Zileri en tu libro. Dices: “En el periodismo habrá otros bohemios, un genio como él, lo dudo”. ¿Qué era lo mejor del fundador de Caretas?
Es difícil decir qué era lo mejor. Yo creo que quizá no le hice la suficiente justicia a Enrique. Reconozco que como todos tenía algunos defectos. El carácter tormentoso no era un defecto, pero sí una característica. Tenía un genio totalmente desprovisto de mezquindad, buscaba reunir el mayor número de personas con talento y motivación para lograr la mejor revista posible. En Caretas se juntaban los más extraños especímenes periodísticos, procesaban todo juntos y llevaban todo aquello a la tormenta del cierre semanal. Y la parte central de eso era Enrique. Pero no solo eso. Pocas personas había que tuvieran su golpe de vista. El darse cuenta rápidamente de la foto que definiera una nota, el fotón. Veía las historias en lo gráfico. Y la otra cosa era el sentido del humor. Caretas era la revista que podía agarrar las cosas más arriesgadas, más difíciles, y a la vez introducir el sentido del humor, para bajarle los moños a todos aquellos que se llenan de aires y vanaglorias.
¿Tú reconoces algún error grueso a lo largo de tu carrera?
Grueso me parece que no.
¿Benigno, venial?
Puede haber errores de cierto criterio, de no haberme opuesto a una cosa importante que produjo resultados no deseados, en uno o dos casos. Pero que haya hecho alguna cosa indebida, por alguna de las cosas que en el periodismo existe: miedo, ambición o rabia, no, nunca. Eso nunca me lo permití. Creo que pude hacer algunas cosas mejor. Veo algunas coberturas en retrospectiva y digo que le pude haber metido más intensidad, que pude haber dormido un poco menos algunas semanas.
Pero no me vas a hablar de alguna cobertura específica.
Sí, te hablo en términos generales. Pero hay cosas que me hubiera gustado hacer, como por ejemplo el 92, después que fui liberado del secuestro que tuve el 6 de abril. Hubo una campaña muy violenta contra mí que me hizo inempleable en el Perú. Pero yo tenía varias corresponsalías y acceso como corresponsal a varias publicaciones. Traté de hacer varias publicaciones sobre quién era Montesinos, el peligro que representaba, me empeñé en eso a fondo, y tenía por supuesto muchísimo material. Pero para ese momento, Montesinos había restablecido relaciones con la CIA. Y entonces empezó a correrse en Estados Unidos el rumor de que yo tenía una fijación con él. Y yo tenía muchos editores muy apreciados que me animaban a escribir sobre lo que quisiera, pero menos sobre eso.
Gorriti fue el primer periodista peruano que investigó la trama de corrupción del caso Lava Jato. Fotografía: AFP
¿Y tú aceptaste eso?
¡Por supuesto que escribí sobre otras cosas porque no me aceptaban lo otro! En ese caso yo intenté hacer todo lo que pude, pero no fue posible.
En esta conversación hemos tratado de ver los problemas del periodismo como un tema abstracto. Pero tú mismo encarnas uno de los desafíos que enfrenta la prensa, cuando es perseguida con tramas legales subalternas. ¿Cuál es tu situación legal actualmente?
Soy objeto de una investigación hostil por parte del fiscal Alcides Chinchay, que ha tomado las denuncias que fueron producto de campañas de desinformación atizadas durante el año pasado, todas las cuales son mentiras.
¿Cuál es el objetivo? ¿Tus comunicaciones, tus fuentes?
Mucho más que eso. El objetivo es destruir por completo las investigaciones del caso Lava Jato y Lava Juez, reescribir la historia como hizo el pacto de corruptos en Guatemala, y transformar la historia en una en la cual los bribones aparecen como las víctimas, y los fiscales y los periodistas que llevaron a cabo esas investigaciones aparecen como los verdaderos culpables. Lo segundo es, como parte de ese descrédito, llegar a la destrucción del personaje, primero como reputación, y lo segundo es criminalizarlo, hacer que termine en la cárcel.
Cuando empezaste a revelar la trama de corrupción que vinculaba a Odebrecht con una serie de figuras políticas, de postulantes a la presidencia…
Y de hombres de negocios…
De acuerdo, cuando eso ocurrió hubo una gran respuesta del público, la gente compartía lo que investigabas, pero de pronto todo se fue diluyendo y su percepción fue cambiando, ¿por qué?
Cambió por varias razones. Primero, la investigación avanzó bastante a nivel internacional, pero allí también se cometieron varios errores, como lo del juez Sergio Moro. Y hubo jueces que estuvieron dispuestos a anular procesos y pruebas con cuestiones absolutamente leguleyas, como que no se había mantenido la cadena de custodia adecuadamente. Eso provocó la movilización de los sectores que estaban involucrados en esto para contratacar, indicando que lo que había salido en el caso Lava Jato habían sido construcciones, fabulaciones y complicidades para dañar a gente honesta. Y hubo tal intensidad en ello que la gente tuvo un cierto problema en identificar las cosas. Pero nada de esto hubiera sucedido si no se hubiera dado la peste, que puso una especie de paréntesis luctuoso en todas esas cosas.
Quiero pensar por un momento como las personas que te señalan. En una investigación tan prolongada y tan intensa como el caso Lava Jato, en la que es evidente que el equipo de fiscales anticorrupción fue fuente de IDL-Reporteros…
¿Cuál evidente?
Fueron tus fuentes en algún momento…
Termina la pregunta y después te voy a contestar.
A ver, si fueran tus fuentes y se hace una investigación tan prolongada. ¿No es posible que una parte influya sobre la otra?
Primero debo decirte que casi todas las investigaciones grandes que he hecho a lo largo de mi carrera, han tenido algún grado de relación con la Fiscalía, porque nosotros sacábamos a la luz ciertos casos de gran trascendencia y algún fiscal tenía que seguirnos. Y cuando había la circunstancia de que nos tocaba un buen Fiscal de la Nación, como fue el primer fiscal de todos ellos: Gonzalo Ortiz de Zevallos, o como fue César Elejalde, para el caso de Rodríguez López, naturalmente ellos buscaban lo que habías hecho para poder actuar. Y se convertían también en fuente de reportajes. Ahora, en el caso de Lava Jato debo decir que nosotros empezamos muchísimo antes que los fiscales. De hecho, Emilio, tú que trabajaste en IDL-Reporteros, fuiste uno de los que escribió uno de los primeros artículos sobre el tema cuando en Brasil ni soñaban en el caso Lava Jato.
En 2011, sí.
Entonces, cuando empezó el caso Lava Jato ya teníamos una formación básica sobre el tema. Y eso hizo posible que cuando fuimos a Brasil, mucho antes que los fiscales, llevamos el conocimiento sobre el caso a un nivel mucho mayor, lo que le permitió al equipo especial, cuando se formó, a transitar sobre el caso con gran fluidez. Nosotros no estuvimos detrás de los fiscales. Inicialmente, sobre todo en la primera parte, los fiscales estuvieron detrás de las investigaciones que habíamos hecho. Ahora, claro que la Fiscalía llegó a ser una fuente de gran importancia, pero no fue la única. Nunca dejamos de buscar otras fuentes, sobre todo en la Policía Federal y la Procuraduría en Brasil.
En medio de este escenario de persecución, recibiste un diagnóstico difícil.
De cáncer, sí.
Que alegró a muchísimos de tus enemigos.
Me imagino.
¿Cómo has hecho para trabajar con tanta intensidad ante ello?
Yo recibí el diagnóstico a fines de agosto del año pasado. Era un diagnóstico del Linfoma del Manto en el estadío cuatro, que es el más grave. Los oncólogos que estuvieron a cargo de mi caso dijeron que no había que esperar nada y empezar de forma muy agresiva un tratamiento centrado en quimioterapias. La quimioterapia tuvo efecto, hizo retroceder al linfoma, pero es una cura a través de la toxicidad. Entonces, hubo varios meses en los que estuve muy debilitado, perdí masa muscular, perdí pelo, perdí barba, y me era muy difícil poder concentrarme en el trabajo. Estuve de baja durante esos meses. Y la dirección de IDL-Reporteros fue tomada por Romina Mella, que cumplió con una integridad y valentía notabilísima. Luego de una crisis muy fuerte, empecé la mejora a fines de enero.
Cuando diste la entrevista a Rosa María Palacios, ¿ya estabas en plan de mejora?
Sí. Pero todavía estaba bastante debilitado. Luego empecé a desintoxicarme. Gané la masa muscular perdida, la energía creció, y allí ya estuve en condiciones de volver al trabajo.
Incluso te animaste a publicar un libro.
El libro se iba a publicar de todas maneras. Y hay otro en camino. Fue un momento difícil. Para ser totalmente claro, en estos meses aprendí mucho. Como es obvio, tengo un cáncer bravo, y yo no iba a ser un paciente de los que pone todo en manos de los médicos, me informé todo lo que pude. Y también volví a leer mucha literatura de escritores que habían vivido con el cáncer. Volví a leer a Solzhenitsyn, en el Pabellón del Cáncer. Vi la lucha del gran escritor Paul Auster y cómo su esposa, también escritora, Siri Hustvedt, había bautizado a esa etapa de su vida como el ingreso a Cancerlandia. Me pareció un concepto muy atinado. Cancerlandia es un cierto tipo de país al que uno entra sin necesidad de una visa. Pero salir de Cancerlandia es más difícil que salir de la Unión Soviética en la época de Stalin o Corea del Norte ahora. Me siento fuerte, con energía y capaz.
Pero sigues en tratamiento.
Uno no sale así nomás de Cancerlandia, y no sé si alguna vez saldré, y tampoco sé si habrá un recrudecimiento de la enfermedad. No sé cómo serán las cosas en el futuro. Las previsiones anteriores están basadas en las estadísticas y las estadísticas no son buenas. Agradezco al destino por haberme dado una vida adicional, con fuerza, con energía, con ganas, y voy a hacer que cada día y cada semana cuente.